Este es uno de esos textos evangélicos que ponen a prueba nuestra capacidad de comprensión. Porque la parábola escogida por Jesús utiliza con claridad y sin tapujos un asunto turbio, en el que un caradura con diploma, una vez que le han pillado, sigue aprovechándose, para presionar con los bienes de su amo a los deudores de este último (convirtiéndolos en deudores suyos). Todo el cuadro dibujado por Jesús rezuma deshonestidad. Y, al final, resulta que el amo (en el fondo, Jesús) felicita al administrador injusto, alabándolo por su astucia.
Aquí, en el ejemplo provocativamente escogido, Jesús parece ir en contra de las exigencias del bien y de la justicia, y de ahí el fuerte contraste con la dura denuncia de Amós contra los que se aprovechan de su posición de ventaja para explotar a los pobres, incluso los “producen”, al despojarlos y engañarlos sin escrúpulo.
Se ve que también el último redactor del Evangelio debió sentir el embarazo de la parábola, y la suavizó añadiendo toda una serie de palabras de Jesús en apoyo de la honradez, y que exhortan a poner la fe en Dios por encima de cualquier interés material.
Pero debemos pensar que Jesús no ha elegido la parábola al azar, y que probablemente quería provocarnos, hacernos pensar e ir más allá de lo inmediato (la deshonestidad), para descubrir el sentido de lo que quiere decirnos. Es claro que Jesús no alaba la deshonestidad, sino la astucia, y nos recuerda que “los hijos de este mundo” son más astutos “con su gente” (es decir, en sus asuntos) que los hijos de la luz, que con frecuencia pecan (pecamos) de ingenuidad, pasividad y falta de imaginación.
Jesús nos llama a imitar, no la deshonestidad, sino la astucia, pero “con nuestra gente”, es decir, en nuestros asuntos, que son el Reino de Dios, el anuncio del Evangelio, el testimonio de la fe en el Dios de Jesucristo, la salvación de todos. Y ahí es, creo yo, donde encaja la llamada a “hacernos amigos con el dinero injusto”, que debería redactarse “con el injusto dinero”. Porque no se trata de hacernos amigos de la injusticia, sino de esa mercancía universal, el dinero, con la y por la que se cometen tantas injusticias. Cuando se dice aquí el “injusto dinero” se debe entender como una expresión coloquial, como cuando en español decimos “el vil metal”. Porque con el vil metal, con el injusto dinero se puede hacer mucho bien, se puede ser solidario, alimentar a los hambrientos, ayudar a los necesitados, remediar los sufrimientos de muchos, enseñar al que no sabe, curar al enfermo, trabajar por la paz y proclamar el Evangelio.
Usando así, evangélicamente, los bienes de este mundo nos vamos abriendo camino hacia las moradas eternas, a esas moradas a las que Dios nos llama y llama a todos, porque quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.