El texto del Génesis es un ejemplo elocuente de las normas de hospitalidad antiguas. Es
comprensible que, en aquellas culturas nómadas, en las que los caminos estaban erizados de
peligros y la posibilidad de llevar consigo víveres era muy limitada, la hospitalidad era cuestión
de vida o muerte. De ahí esa multiplicación de gestos de acogida: desde lavar los pies y ofrecer
descanso, hasta organizar todo un banquete para los caminantes. Estas normas tenían al parecer un
sentido no solo cultural y moral, sino también religioso: acogiendo al peregrino se acogía en cierto
sentido al mismo Dios, como es, además, el caso de los misteriosos huéspedes de Abraham, que
le hacen, en forma de recompensa, la promesa de su ansiada descendencia.
El sentido implícitamente religioso de toda forma de acogida y atención lo expresará después el
mismo Jesús: lo que hacéis a uno de estos mis pequeños hermanos a mí me lo hacéis (Mt 25, 40).
Marta cumple escrupulosamente esas normas de hospitalidad, que se ve que seguían vigentes
muchos siglos después. Pero parece que Jesús no aprecia hasta el final esos esfuerzos de Marta,
que, agobiada por la tarea, se queja y apela a la autoridad de Jesús, para que su hermana la ayude.
La respuesta de Jesús, no por conocida, deja de sorprendernos. ¿Qué quiere decir con eso de “la
mejor parte”?
Es evidente que no se trata de la alternativa entre lo bueno y lo malo. Jesús no dice que María haga
bien y Marta mal. Lo cierto, también en nuestra experiencia cotidiana, es que no estamos
continuamente ante la elección entre el bien y el mal. Las más de las veces nos enfrentamos a la
elección entre lo bueno y lo mejor. Así que Jesús aprecia lo que hace Marta, que es algo bueno,
pero le recuerda que hay algo mejor.
Creo que se puede entender esa “parte mejor” en dos sentidos (por lo demás compatibles).
Por un lado, con mucha frecuencia hay que repartir tareas. Ante la llegada a casa de un huésped
como Jesús, alguien tiene que ocuparse de la logística: preparar habitaciones, limpiar la casa, hacer
la comida… Y alguien tiene que atender al huésped, para no dejarlo solo. En este caso, siendo el
huésped Jesús, está claro que atenderlo significa sobre todo escucharlo, acoger su palabra de vida,
su enseñanza. Que esta sea “la mejor parte” está fuera de toda duda. Y que al que pierde el tiempo
escuchando a Jesús (orando, leyendo los evangelios, yendo a Misa…) esa parte no se le puede ni
debe quitar, también. Hay quienes no están tan de acuerdo, y consideran que esa pérdida de tiempo
es ociosa, y que lo que hay hacer es sólo servir y trabajar. Pero podemos colegir que el que se
dedica a aquellos menesteres contemplativos será después impelido a actuar, amar, servir, porque
esa es la consecuencia necesaria de la contemplación previa. Si se trata de un reparto necesario de
tareas, Marta debería conformarse con que le haya tocado una parte buena, aunque haya otra mejor.
Pero podemos entender estas partes (una buena y otra mejor) no como una repartición de tareas,
sino como un orden de prioridades. Si ha venido a visitarnos Jesús, lo más probable es que Él
mismo quiera comunicarse con nosotros. Sin duda agradecerá los cuidados que le ofrezcamos,
pero el mejor cuidado será acercarse a Él, sentarse a sus pies y escuchar su Palabra (que Él también
escuchará la nuestra). Para lo otro ya habrá tiempo después. Además, alimentados con su Palabra,
seguro que el servicio que podamos ofrecerle (a Él o a sus pequeños hermanos) será de mejor
calidad, un verdadero servicio de amor.
Esta prioridad es esencial en el testimonio de fe. Como recuerda Pablo, mal podemos ser ministros
del Evangelio si no estamos vitalmente identificados con Cristo, siendo partícipes reales de sus
sufrimientos. Y para ello necesitamos estar dispuestos a perder el tiempo como María, sentados a
los pies de Jesús escuchando su Palabra.