El agua y el vino, el pecado y la gracia. Homilía del padre José Mª Vegas, C.M.F., para el 2º domingo del tiempo ordinario

Tras la adoración de los magos y el bautismo en el Jordán, las bodas de Caná representan el tercer
momento de la manifestación de Dios al mundo en la humanidad de su Palabra encarnada. Si en
los magos se afirmaba la universalidad de la salvación, y en el Jordán se revela la divinidad de
Cristo, las bodas de Caná subrayan la positividad festiva de esta venida al mundo del Hijo de Dios,
aunque no se oculte el itinerario doloroso que lleva consigo.
Los desposorios, el amor humano entre el varón y la mujer, ya habían expresado muchas veces el
modo en que Dios entendía la relación con su pueblo: Dios no es un soberano que dirige desde
arriba, su relación con el pueblo no tiene nada que ver con actitudes tiránicas o impositivas. Ya en
el AT muchas veces (hoy lo vemos por medio de Isaías) se sugiere que el Dios de Israel se abaja
y se une a su pueblo en una relación de alianza similar a la que sellan los esposos: se privilegia la
relación de amor entre iguales, el compromiso mutuo y la fecundidad que genera vida nueva.
También están implicada la universalidad del designio salvador de Dios, pues el carácter festivo,
positivo y alegre de los desposorios es una constante de todas la culturas y de todos los tiempos.
Por eso debemos entender las bodas de Caná no como un acontecimiento casual que da lugar
accidentalmente al comienzo del ministerio de Jesús (el comienzo de sus signos y de la
manifestación de su gloria). Se trata más bien de un marco adecuado para anunciar que lo que está
sucediendo es el desposorio definitivo de Dios con su pueblo. Y esto significa que se van a cumplir
ya las promesas de una alianza nueva y definitiva. Se trata, en efecto, del paso de la ley a la gracia,
representados, respectivamente, por el agua y el vino.
No es insignificante que el agua se vierta en “seis tinajas de agua para las purificaciones de los
judíos, de unos cien litros cada una”. El seis en la Biblia es el número próximo a la perfección,
pero sin llegar a ella. Dios trabajó seis días, produciendo bienes, que alcanzan su cénit el sexto día
con la creación del ser humano. Pero el descanso, la libertad y la gracia (la perfección) es cosa del
séptimo día. Sin embargo, el pecado ha impedido esa perfección en el mundo. Hace falta una
purificación que no resulta cosa fácil, vista la enormidad del pecado humano. De ahí la gran
cantidad de agua vertida en las 6 tinajas, que, pese a ello, eran incapaces de alcanzar la salvación,
el descanso del séptimo día.
La penosa situación que se ha creado en la boda de Caná, en lo que debería ser una fiesta, es
también indicativo del agotamiento de la antigua alianza y de la necesidad de una alianza nueva.
Jesús, invitado a la boda, es en realidad el esposo que va a realizar esa renovación radical. La hace
por la mediación de Israel, representada por María, que ejerce un papel sacerdotal de mediadora.
Cuando María dice esas pocas pero esenciales palabras: “haced lo que él os diga”, sabe por propia
experiencia lo que significa acoger la Palabra de Dios: sus dificultades y sus frutos.
La resistencia de Jesús a dar el paso para entrar “en su hora” hace referencia al camino doloroso
con que se va a sellar la nueva alianza. El vino nuevo del reino de Dios, en cantidad sobreabundante
(de hecho, 600 litros de vino es, ya como mera cantidad, mucho más que 600 litros de agua), y de
una calidad superior, es signo de fiesta, de salvación y del alegría, pero recuerda también la sangre
de Cristo, el verdadero vino de la nueva alianza, con el que ésta va a ser sellada. Y es que la gloria
que se manifiesta ya ahora, se revelará en su plenitud sólo en la Cruz (cf. Jn 17, 1-5). Aunque
también ahora se vislumbra el horizonte de la resurrección, pues todo sucede “al tercer día”, que
es la expresión que abre este texto (pero que por desgracia la liturgia no recoge), y el tercer día es
el día de la victoria sobre la muerte: tras el descanso sabático en el sepulcro, Jesús resucita el
primer día de la semana, el día de la nueva creación.
En la carta a los Corintios Pablo habla de los muy diversos carismas, unidos por un mismo Espíritu.
Vemos en el episodio de las bodas de Caná que la acción de Jesús requiere de la intervención de
diversos personajes. María, en primer lugar, como intercesora. Los apóstoles parecen no hacer
nada, aunque se resalta su papel de testigos de la fe. Son muy importantes los servidores, que
ponen por obra las palabras de Jesús y que saben de dónde viene el vino mejor. Aunque no se diga,
podemos entender que este es el papel de los discípulos de Jesús (desde los apóstoles al último
fiel) que, poniendo en práctica la palabra de Jesús, viven al servicio de los que, como el novio, el
mayordomo y los demás invitados, beben el vino, que no saben de dónde viene, a diferencia de los
servidores que lo saben con la sabiduría de la fe. Es una buena imagen de la Iglesia en el mundo:
por la intercesión de María y la fe de los apóstoles los cristianos viven al servicio de sus hermanos,
haciéndoles llegar los frutos de la salvación, inaugurada por Jesús que, al convertir el agua en vino,
nos ha hecho pasar de la ley mosaica a la gracia (cf. Jn 1, 17), del reino del pecado al Reino de
Dios en el que rige la ley del amor.