Viendo el curso de nuestro mundo cabe preguntarse, y muchos
se preguntan, qué ha cambiado después de que Jesús haya pasado por él. Aunque es verdad que Él mismo y muchos en su nombre hayan hecho mucho bien, se tiene la impresión de que, pese a todo, no se ha producido un cambio radical, de que el mal sigue campando en este mundo por sus respetos.
Además, atendiendo a lo que nos dice hoy el libro de la Sabiduría, se da la paradoja de que una de las causas del mal, es precisamente el bien que hacen los buenos. No es, claro, una causa directa, sino por reacción. Y esto es así porque hacer el bien no es solo hacer cosas buenas, sino también denunciar el mal. Los buenos no solo realizan buenas acciones, sino que, al hacerlo, ponen en evidencia a los malvados. No hace falta siquiera denunciar de palabra: basta actuar bien para hacer patente el mal que lo rodea, y que reacciona contra él. “Los impíos” del libro de la Sabiduría no se limitan a realizar sus malas acciones, quieren además que nadie las señale, las denuncie o las reprenda. Y, en consecuencia, se revuelven contra quienes de palabra o de obra les avisan de su error, y tratan de silenciarlos por medio de la violencia, con la pretensión de mostrar que Dios no está con ellos, no se ocupa de ellos, luego no tienen razón en su crítica.
Es fácil descubrir en las palabras de la Sabiduría una profecía de Cristo, que “pasó haciendo el bien” (Hch 10, 37) y, sin embargo, encontró como respuesta oposición, persecución y muerte.
El mal se opone al bien con más mal. Jesús se opone al mal solo con la fuerza del bien. Y, precisamente por eso, sucumbe ante las fuerzas del mal, que parecen vencer. Eso es lo que significan sus palabras: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán». La acción salvífica de Jesús (de Dios por medio de su Hijo) no es una acción bélica y de fuerza, que destruye las fuerzas del mal. Si así fuera, simplemente prolongaría la lógica de la fuerza destructiva en que consiste el mal. Dios respeta la libertad humana, cuyo mal uso y abuso es la única causa del mal. De ahí la sensación de que, a pesar de todo, en el mundo sigue reinando el mal, al menos en gran medida.
La victoria final y definitiva sobre este mal tiene lugar más allá de la historia: ese es el “tercer día” en que Jesús, vencedor del pecado y de la muerte, resucitará (ya ha resucitado).
Sin embargo, su presencia en nuestro mundo no es en absoluto algo inútil, porque se prolonga en él por medio de su Espíritu y de su Iglesia. Es decir, Jesús ha abierto en este mundo, en el que reina el mal, el espacio del Reino de Dios (del bien absoluto), en el que ya se siente y opera esa victoria del “tercer día”. En este mundo es ya posible, unidos a Cristo, perseverar en el bien, no oponer al mal un mal mayor, sino vencerlo a fuerza de bien. En este mundo, en una palabra, es posible el amor incondicional.
Pero esta victoria tiene que empezar por nosotros mismos. Porque, debemos reconocerlo, cuando constatamos que el mal sigue reinando en el mundo, no tenemos que irnos demasiado lejos: lo podemos encontrar en nosotros mismos. Lo vemos hoy en los apóstoles: mientras Jesús les habla de dar la vida, ellos discuten de poder, de primeros puestos y de darse importancia. Y Santiago nos recuerda también que el mal está presente en nuestras comunidades, en que imitamos a veces más al mundo que criticamos que al Cristo al que decimos seguir.
Debemos empezar la conversión por nosotros mismos, acercándonos a Cristo, escuchando su Palabra. Él nos enseña el camino que conduce al “tercer día”, por la vía de la cruz, hacia una vida resucitada, en la que el bien ya está venciendo al mal: es la vía del servicio, de la apertura, de la acogida del otro, de los menos importantes, como se consideraba en aquel tiempo a los niños. Hoy ya no es así, en gran parte, y esto es uno de los muchos frutos del paso de Jesús por nuestro mundo. En la escuela del servicio Jesús nos enseña que, en cada ser humano, también y sobre todo en los más pequeños, está presente el mismo Cristo, y en Él, está presente el que lo ha enviado, Dios nuestro Padre.