El discurso del pan de vida: el verdadero pan del cielo. Homilía del padre José Mª Vegas, C.M.F., para el domingo 18 del tiempo ordinario

Las necesidades básicas (comer y beber) hacen peligrar las grandes empresas, los ideales más
elevados, como, en el caso de la primera lectura, la liberación de la esclavitud y la conquista de la
propia libertad. Las necesidades básicas aprietan aquí y ahora, mientras los grandes ideales se
elevan sobre nosotros y nos llaman (como dice el filósofo von Hildebrand de los valores más altos)
“a una respetuosa distancia”.
Por eso, con frecuencia, estamos dispuestos a posponer, incluso a abandonar los ideales más nobles
a cambio de satisfacer esas necesidades más perentorias y elementales. Ya Esaú vendió su
primogenitura (ligada a las promesas divinas) por un plato de lentejas (Gn 25, 29-34), e Israel
estuvo tentado varias veces de volver sobre sus pasos y someterse de nuevo a la esclavitud, con tal
de llenar el estómago con ajos y cebollas y potes de carne.
No es que se dé en realidad una contradicción necesaria entre esos dos polos de nuestra existencia:
la necesidad material y la dignidad; pero es cierto que con frecuencia entran en conflicto. El
compromiso con el bien, la verdad y la justicia exige no pocas veces sacrificios y renuncias reales
en el plano de la felicidad personal. Y, por el otro lado, también es frecuente que busquemos lo
más elevado que hay en la existencia humana (a Dios) precisamente para satisfacer (para que Él
satisfaga) nuestras necesidades más básicas.
Lo notable del caso es que Dios no se niega a responder a nuestra petición del “pan de cada día”,
que el mismo Cristo ha incluido en la oración que nos ha enseñado. Lo vemos en la primera lectura:
el que guía al pueblo hacia la libertad lo alimenta también con el pan corporal. Y lo vimos la
semana pasada, cuando Jesús se preocupó de alimentar a la multitud hambrienta.
El peligro, decíamos entonces, es la tentación de “usar” a Dios, por ejemplo, haciendo de Cristo
un rey que garantice sólo nuestro bienestar. Reaparece la vieja tentación de hacerse de nuevo
esclavos para asegurarse el pan. Sucede con frecuencia también hoy en día: gentes que se acercan
a Dios, a la Iglesia, a la parroquia, buscando sólo pan, o ropa, o amigos, o la posibilidad de viajar,
o de pasarlo bien… Son motivaciones comprensibles, legítimas, que denotan necesidades, y que,
por tanto, no hay que rechazar. Pero son insuficientes y pueden ser nocivas si nos quedamos sólo
en ellas.
El reproche de Jesús a los que lo buscan va en esa dirección: su único interés es saciar el estómago,
descuidando otras hambres más profundas, más esenciales. En el reproche no hay, sin embargo,
rechazo, sino la invitación a elevar la mirada, para aspirar a bienes más altos, sin descuidar estos
más apremiantes. De hecho, es posible conjugarlos, como vimos la semana pasada: la compasión
hacia los necesitados, la preocupación por ellos, la generosidad y la disposición a compartir lo
poco que se tiene, todo esto son signos de esos valores superiores que se realizan en la atención a
las necesidades primarias.
Elevando así la mirada de los que lo buscan, Jesús les (nos) invita a alimentar nuestra vida con el
valor supremo de la fe en su persona. Es una fe digna de crédito, porque el gran signo de que es el
verdadero y definitivo enviado de Dios es su propia y total entrega en la Cruz para la salvación de
todos. Jesús mismo nos alimenta y se convierte en el pan que sacia el hambre profunda de vida
plena, de vida eterna que habita en todo ser humano.
Pero de esto nos hablará con más detalle en los próximos domingos.