La multiplicación de los panes: la generosidad compensa. Homilía del padre José María Vegas, C.M.F., para el domingo 17 del tiempo ordinario

Jesús, que se preocupa de que sus discípulos descansen, pero está dispuesto a renunciar al descanso
para atender a las gentes que vienen a él como ovejas sin pastor (cf. Mc 6, 30-34), se muestra como
un verdadero pastor bueno, que da la vida por su rebaño, que da vida a los que se dirigen a él. Y
su dedicación a su gente no es solo espiritual: se preocupa de hacer el bien del cuerpo y del alma,
porque se preocupa del ser humano en su integridad, en la que esas dimensiones no pueden
separarse.
Hoy la Palabra de Dios fija nuestra atención en esas necesidades más básicas, representadas en la
enfermedad y el hambre. La gente buscaba a Jesús porque habían visto los signos que hacía con
los enfermos, y al ver a la multitud cae en la cuenta de que hay que alimentarlos. Son necesidades
básicas, unas, como la enfermedad, nos visitan periódicamente, otras, como el hambre, nos asaltan
cada día.
Salta a la vista en el signo de la multiplicación de los panes, que Jesús no lo realiza como una
forma de afirmarse a sí mismo, de mostrar su poder personal, de encumbrarse. Al contrario: Jesús,
movido por el sentimiento de piedad ante la necesidad ajena, actúa implicando a sus discípulos,
abriéndoles, en primer lugar, lo ojos ante el problema. Cuando los problemas nos exceden y nos
sentimos impotentes, tendemos a cerrar los ojos, a desentendernos, a decir que esa situación no
nos incumbe, puesto que nada podemos hacer. Pero Jesús nos provoca, nos invita a ir en la
dirección contraria, a abrir los ojos y dejarnos afectar por el problema (que, recordémoslo, nos
excede). Este es el sentido de la pregunta de Jesús a Felipe: la necesidad de la multitud es asunto
nuestro. Felipe se deja interpelar, aunque algo perplejo e incrédulo, parece dispuesto a poner a
disposición los escasos medios que tienen, por muy insuficientes que sean (y que, probablemente,
eran los que debían remediar las necesidades del pequeño grupo). Reconocer la propia debilidad e
impotencia, pero con la disposición a contribuir en lo posible, renunciando incluso a la propia
seguridad, es ya un modo de mirar al problema sin evadirse de él.
Pero, además de plantearlo (en vez de negarlo o esquivarlo) hay que pasar a la acción. También
aquí Jesús cuenta con los demás. Es él el que multiplica, pero a partir de lo que uno de sus
seguidores (esta vez, anónimo) pone a disposición de Jesús. Este seguidor, del que solo conocemos
su juventud y su prudencia (puesto que era el único, al parecer, que había llevado provisiones), es,
además, generoso, pues debemos suponer que se le pidió entregar libremente a Jesús los pocos
alimentos que había llevado, o que él mismo los había ofrecido. Este pequeño milagro de
generosidad hace posible el gran signo de Jesús, con el que alimenta a la multitud.
Él nos enseña que la generosidad compensa, que estar dispuesto a perder en favor de los demás lo
poco que poseemos multiplica los bienes, cuando los ponemos a disposición de Jesús, cuando lo
hacemos con libertad, con fe y con espíritu evangélico.
Jesús, buen pastor, con la cooperación de los apóstoles y de sus seguidores anónimos, alimenta a
la multitud. Es evidente que el signo realizado trasciende su significado inmediato, como alimento
material, y apunta a bienes más altos, al pan eucarístico, expresado en la acción de gracias anterior
al reparto. De hecho, la acción de Jesús tenía en sí misma un significado profético, pues muchos
de sus seguidores conocerían, sin duda, lo que mucho tiempo ante había realizado Eliseo (con más
panes y menos hombres hambrientos).
Pero, como las necesidades básicas nos aprietan, es fácil ser ciegos a ese significado superior y
quedarse en lo más inmediato: ver en Jesús un líder poderoso, que, convertido en rey, sería
invencible y nos aseguraría el bienestar material. Como vemos, la obsesión por el bienestar en este
mundo no es sólo una tentación de ahora, sino que ya tentaba a los contemporáneos de Jesús, como
tienta a todos los seres humanos de todo tiempo y lugar. Y esa tentación lleva a la otra: la de querer
manipular a Dios, la de poner a Cristo, a la fuerza, al servicio de nuestros intereses inmediatos, de
modo que, en vez de ser nosotros cooperadores suyos (y servidores de nuestros hermanos), lo
convirtamos a él en nuestro siervo (incluso dándole el título de rey).
Entonces Jesús, también con un gesto profético, se retira, se aleja de nosotros, para que volvemos
a buscarlo, y él nos enseñe que hay otros panes más altos, otras necesidades más profundas y
definitivas.
Saciada nuestra hambre de pan, Jesús se dispone a enseñarnos esas otras hambres, para las que nos
ofrece otro pan. A ello volveremos en los domingos venideros. Pero ya la carta a los Efesios nos
prepara para que elevemos la mirada a esos valores superiores. La solidaridad en los bienes
materiales nos puede preparar a ello. Pero no está garantizado: esos bienes que satisfacen
necesidades básicas pueden provocar con facilidad el egoísmo, la rivalidad y el conflicto.
Necesitamos alimentarnos de otro pan para poder superar esos peligros y alcanzar la humildad, la
amabilidad, la comprensión hacia las necesidades y las debilidades ajenas, para alcanzar el amor
que nos une y nos permite vivir en paz, unidos en la fe en el Señor y en el Padre de todos.