Testimonio, denuncia, anuncio y esperanza. Homilía del padre José Mª Vegas, C.M.F., para el 3 domingo de Pascua

Si analizamos el discurso de Pedro desde ciertos criterios contemporáneos, veremos que no hace ninguna concesión a eso que llamamos “políticamente correcto”, o, dicho de otra forma, al “buenismo”. Pedro denuncia y acusa abiertamente: “matasteis al autor de la vida”. Sin embargo, la dureza de la acusación no es una muestra de integrismo o agresividad. No acusa para condenar, sino que en la misma denuncia va unida la disculpa: “sé que lo hicisteis por ignorancia”. Y es que sus palabras no son ni una pura acusación, ni una mera disculpa: son un anuncio que llama a la conversión, a una salvación ofrecida a todos sin distinción. Lo que hace y dice Pedro bien podría servirnos de criterio para nuestra relación con el mundo: hay que hablar claro, hay que denunciar el mal, la cultura de la muerte, el autoendiosamiento, etc., pero no como pura condena sin esperanza, sino como llamada a la conversión, como anuncio del amor de Dios que triunfa y se nos ofrece, como Buena Noticia.

Y esto debe ser así porque la denuncia que acompaña al anuncio no se hace desde una pureza inmaculada. Como nos recuerda la carta de Juan, la Iglesia, los cristianos podemos llamar a la conversión a los que consideramos nuestros hermanos (y no nuestros enemigos), porque nosotros mismos somos convertidos, y porque tras la conversión seguimos sintiendo el peso del pecado: “Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis” (luego podemos hacerlo). “Pero, si alguno peca” (luego, pecamos). Por este motivo, esas llamadas “al mundo” nos las dirigimos también a nosotros mismos, al mundo que nos habita y que sigue actuando en nosotros. Pero, de nuevo, al reconocer nuestros pecados (como hacemos cada vez que participamos en la Eucaristía, nos confesamos o, simplemente, hacemos examen de conciencia), lo hacemos con la esperanza, más aún, con la seguridad fundada del perdón, pues “tenemos a uno que abogue ante el Padre”, creemos en Cristo, “víctima de propiciación por nuestros pecados, y por los del mundo entero”. Creer en Él significa, nos recuerda Juan, conocerlo, esto es, comunicarnos con Él, en la oración, en la escucha de la Palabra, en la fracción del pan eucarístico. De esa comunicación nace la voluntad de vivir de acuerdo con su Palabra, pasar a la acción, “cumplir sus mandamientos”. Creer que se lo conoce y no tratar sinceramente de vivir en coherencia con ese conocimiento es engañarse a sí mismo.

Todo esto nos indica que la denuncia del mal es sólo la contrapartida negativa de un mensaje sobre todo positivo: el testimonio de nuestra experiencia de fe, de ese “conocer a Jesús” y comunicarnos con Él.

El testimonio es, en primer lugar, un testimonio interno, dentro de la propia comunidad cristiana. Cada uno de nosotros tiene su propia experiencia de encuentro con el Señor Resucitado. Unos lo encontraron de camino a Emaús, otros junto al sepulcro, otros (en realidad, todos) en el cenáculo. Y así, algunos de nosotros empezamos a creer en la infancia, otros descubrieron a Cristo ya en edad más o menos adulta, algunos abandonaron la fe y la Iglesia, pero acabaron volviendo, como el hijo pródigo… Aquí en Rusia es grande la variedad de experiencias, y no es infrecuente compartirlas. Hay quienes recibieron la fe (y el bautismo) de sus abuelas creyentes y la conservaron durante toda la vida; otros se educaron en un ateísmo cerrado, que se acabó resquebrajando y, por los más variados e inesperados caminos, encontraron a Cristo; y, entre esos extremos, toda una rica gradación de experiencias personales. Al leer el evangelio de Lucas y cómo los discípulos se comunicaban sus experiencias pascuales, he recordado al P. Georgi Friedman, muerto hace pocos años, un saxofonista de jazz muy conocido, de orígenes judíos, por varios motivos disidente (judío y músico de jazz), pero educado en el ateísmo, que en sus viajes a las regiones católicas de la URSS (Lituania, sobre todo) se acabó convirtiendo, estudió teología en la clandestinidad y, en ella fue ordenado sacerdote del rito católico oriental (estaba casado), y trabajó intensamente en los tiempos del comunismo en favor de la fe, como se puede entender, en circunstancias muy difíciles y peligrosas. Un verdadero testigo, que denunciaba sin amargura y anunciaba con alegría y esperanza. Tuve la suerte de conocerlo a él, y también a muchos que gracias a él encontraron el camino de la fe.

Por medio de este interno testimonio que debemos darnos unos a otros se construye la Iglesia, pues por él se hace presente Jesús, nos habla y come con nosotros, de manera especialmente intensa en la Eucaristía. Y es así como, en estos encuentros repetidos, se nos va abriendo el entendimiento de las Escrituras, vamos comprendiendo cada vez mejor el misterio de su muerte y resurrección, por el que nos reconciliamos con Dios y entre nosotros, se nos perdonan los pecados y nos convertimos en testigos, que, a veces, denuncian, pero sobre todo y siempre anuncian la gran noticia del amor de Dios Padre de Jesucristo, que entregó su vida por nosotros y fue devuelto a la Vida (así, con mayúsculas) para que todos, los de dentro y los de fuera, podamos participar de ella como hijos de Dios y hermanos entre nosotros.