El juicio final y el camino que conduce a él. Homilía del padre José María Vegas, C.M.F., para el domingo de Jesucristo, Rey del Universo

El último domingo del tiempo ordinario nos invita a reflexionar sobre las dimensiones últimas o definitivas de nuestra vida, lo que le otorga sentido o le priva de él. La imagen grandiosa del juicio final lo expresa con una fuerza enormemente plástica, que ha inspirado a muchos artistas, como en el impresionante mural de Miguel Ángel de la Capilla Sixtina.

Pero no debemos olvidar que el texto del juicio final es una parábola, una narración simbólica, que nos incita a sacar una enseñanza útil para nuestra vida. Las parábolas no hay que tomarlas al pie de la letra, como lo demuestra el hecho de que, con frecuencia, los discípulos después le preguntaban a Jesús sobre su significado. En sus explicaciones Jesús profundizaba y también ampliaba el marco de comprensión. Yo entiendo que, también hoy, las parábolas deben ser objeto de nuestra meditación y oración en la que Jesús nos ayude para a captar su verdadero sentido.

Así, pues, hoy, nosotros, discípulos de Jesús, deberíamos acercamos a Él y le preguntamos, tal vez algo atemorizados por el tono amenazante de la parábola, por su sentido profundo. Y Jesús, que se presenta a sí mismo en la parábola como juez, se dirigiría a nosotros como buen pastor, para recordarnos que, antes de ese juicio final, hay un camino que conduce a él, y que es a ese camino a donde quiere dirigir nuestra atención. Es un camino en el que no sólo nos vamos encaminando inevitablemente a ese momento final en que nuestra vida será juzgada en dependencia de nuestro comportamiento misericordioso o egoísta, sino también un camino por el que el juez y rey del universo ha venido a nuestro encuentro como buen pastor, nos ha buscado cuando estábamos extraviados y perdidos, nos ha sacado de la oscuridad, dándonos la luz de su Palabra, y de la esclavitud del pecado, otorgándonos el perdón y la libertad de los hijos de Dios. El justo juez no es un espectador frío e imparcial, sino un compañero de camino, que nos guía, cura nuestras heridas, nos da ánimos en los momentos de cansancio, nos alimenta para que no desfallezcamos. El compañero es el que comparte el pan, y Jesús nos da realmente el pan de vida, es él mismo ese pan. Es decir, el rey del universo y el juez de nuestras vidas, se ha implicado con nosotros, haciendo todo lo posible para que la sentencia final sea benévola y favorable, de modo que todos podamos estar a la derecha en el momento final. Y lo ha hecho hasta el extremo de dar su propia vida por nosotros, entregándose a la muerte para que todos podamos volver a la vida.

En síntesis, preguntado por el sentido de la parábola, Jesús nos recordaría que ese sentido no consiste en hacernos pensar en el fin del mundo con temor, sino en volver nuestros ojos al momento presente con responsabilidad. Porque es ahora, en el día a día, en donde ese juicio (ese discernimiento, esa “separación”) se está realizando: somos nosotros mismos los que nos juzgamos en la medida en que vivimos abiertos a las necesidades de los que nos rodean, en la medida en que tenemos un corazón capaz de compadecer, sirviendo al mismo Cristo (tal vez, sin saberlo) en sus pequeños hermanos. Y también, no lo olvidemos, nos juzgamos a nosotros mismos si nos dejamos ayudar por Cristo que nos habla, nos llama, nos busca, nos cura, nos perdona, nos alimenta, nos fortalece y, en definitiva, nos da ya ahora, en esta vida, la posibilidad de participar en la vida nueva de la resurrección, que ya ha sucedido y nos habilita para ser en este mundo, en esta historia testigos y constructores del Reino de Dios por medio de las obras de misericordia, las obras del amor, que certifican que ese Reino está cerca, está entre nosotros, porque el mismo Rey, revestido de buen pastor, habita entre nosotros.

La seriedad de la parábola del juicio final nos dice, también, que Dios hace todo lo posible para que caigamos del lado derecho, pero también de que, en último término, puesto que Dios respeta nuestra libertad, la responsabilidad última recae sobre nosotros.